Por Melissa Villarreal y Román Saucedo
Ellos despiertan con la llegada de uno
nuevo.
Hasta el día de hoy suman más de 40,000, sin contar a quienes se llevan
como adueñándose de ellos, sin dejar rastro, sin ecos de su desaparición.
Números, cifras, muertes, nombres.
Nombres cada vez más familiares; el amigo del vecino, el primo de una tía, el
vendedor de la tiendita, el maestro, los estudiantes, Fernando, Gabriela, José,
Adriana. Se levantan con la llegada de uno nuevo y su voz se alza en grito de
lucha, agonizante, insuficiente, inflamada de desesperanza y buscando un
motivo. Una guerra, la política, el dinero.
Se hacen más, pero no se hacen más
fuertes, no se escucha su reclamo, no se entiende su mensaje. Acumulan
historias y dejan impunidad.
Sucede una vez cada poco que algunos notan su
ausencia y llaman con voz desconsolada a la protesta, y se marcha y se grita y
se carga con el peso de las mantas y con el peso de la muerte.
Se busca algo que hacer, nada parece
suficiente ¿quién recuerda sus nombres?, ¿quién conoce sus rostros?
Cada uno
cuenta, y cada uno debería levantarse, desgarrar con su voz la frágil seguridad
de lo cotidiano, presentarse frente a los negligentes, a los desinformados.
Permanecer en pie de lucha como monumento al que le sobra el tiempo; la muerte
es para siempre, hagamos de su recuerdo el pan de cada día.
Sucede una vez cada poco que ellos
despiertan con la llegada de uno nuevo, pero duermen al caer la noche cuando
todos vuelven a su indiferencia.
-
Y esto no es nuevo.
No nos engañemos ni sigamos tan fielmente los mensajes, las voces que ni susurran ni callan.
Y volvemos a lo mismo, y quedamos en lo mismo.
Y las voces que se encienden sólo atinan a decir, "es que antes no era así, es que se han perdido los valores", para luego volver a sus cómodos asientos detrás de la televisión o, en el mejor de los casos, detrás de tal o cual periódico amarillista.
Y luego sólo podemos -los que podemos- gritar un poco, pero después nuestras voces se apagan, se pierden en un mar de indiferencia.
Y nada queda que no sean las sombras, las sombras y la vista cansada.
Y los muertos duermen.
Y los muertos no deben dormir.
Y los muertos no quieren dormir.
Y al final, las cifras sólo aumentan.
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